El Cister Ibérico

En 1149 la familia Moncada dona unas tierras de Valldaura a los monjes cistercienses de Grandselve, una abadía de la rama de Claraval. En 1158 los terrenos son ocupados por monjes que escogen una zona al lado del ría Gaiá, en un lugar donde existían unas cruces clavadas en memoria de unas luces que se aparecieron en la zona.

La abadía recibe pronto la protección de la corona de Aragón en aquel momento ya unificadas con el condado de Barcelona, llegando a recibir sepultura alguno de sus miembros dentro de la abadía. En 1296, los abades de Santes Creus reciben el nombramiento de capellanes reales. Todo esto hace de la abadía un lugar de expansión económica que favorece la colonización y desarrollo de las tierras a su cargo.

En 1375 el rey Pedro el Ceremonioso, construye la fortificación del monasterio dandole aspecto de fortaleza. Durante siete siglos la historia de la abadía transcurre sin sobresaltos hasta que durante la invasión napoleónica comienza el declinar del recinto. En 1835, es definitivamente disuelta la comunidad y sus estancias son expoliadas. Su biblioteca es trasladada a Tarragona, pero sus edificios son abandonados amenazando ruina y todo lo que es transportable es expoliado. En 1921 es declarado monumento nacional. Actualmente el propietario es la Generalitat de Cataluña que mantiene el edificio y lo conserva de manera excepcional.

Durante una época Santes Creus fue panteón real, conservando en el interior de su iglesia las tumbas de Pedro III el Grande (1276-1285), su hijo Jaime II (1291-1337) y la esposa de éste, Blanca de Anjou. Es también en esta época cuando se manda acondicionar las estancias abaciales como palacio por Jaime II y se levantará el claustro actual que sustituirá al inicial proyecto de estilo románico. Pedro IV el Ceremonioso, preferirá Poblet y abandonará el palacio que será de nuevo convertido en estancias del abad.